Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: “¡Tanto amor y no poder hacer nada contra la muerte!
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: “¡Quédate hermano!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon, les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar...
César Vallejo
París
10 de noviembre, 1937