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A León Felipe se le debe su puesto de Poeta Mayor. Y hoy, a cien años de su nacimiento, a 16 de su última partida, es tiempo de abrirle el cauce debido. Tal vez porque hacerlo nos conduzca a nosotros a una morada más alta, a una tarea más digna, un oficio más creador. Y porque hacerlo ha de colocar al poeta en la cima de la colina desde donde sus canciones hacen crecer las espigas. ¿Será la misma colina desde donde Jesús leyó su sermón de la montaña? ¿Será aquel monte desde donde bajó Moisés aquellas tablillas de piedra labrada? ¿Serán las montañas desde donde el Che dejó escrita su hazaña heroica? ¿Será la Sierra Morena donde el Quijote habló a los cabreros?
Es tiempo de darle a León Felipe su puesto de Poeta Mayor. Y es tiempo de devolverlo a la tierra madre de la cual partió, a la que siempre quiso regresar. No para hacerlo de nuevo ciudadano español sino porque ganó su puesto de ciudadano del mundo. Y porque la tierra de España, la tierra del mundo le hace falta regarla con su sangre, con sus huesos, con su polvo para que crezca y se extienda por doquier su sueño de justicia de alegría y de amor.
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