“Perdieron el anterior, pero aun queda un tren, uno solo…”
Venían de destierros. De éxodos sangrientos. De deshielos de lágrimas. Candentes. Quemantes. Les habían colocado mortajas. Monedas de oro en sus ojos. Pero la desnudez les salía por el costado izquierdo. Castos almendros, impúberes trigales. El viento del otoño les rozaba la frente. Recorría sus hombros y sus lodos. Renovaba panes, niños y rebaños. Simiente y tierra dulce. Casi sin buscarse se encontraron. La flor del aire y la paloma. Los árboles y el nido.
Era el último tren. El último vagón… y lo tomaron.
*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
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