Nunca se pone más ángel la noche que cuando la mira mi corazón derramado en la hierba. Allí va entrando a un zoológico de estrellas, nombra a las bestias en su redil poderoso, pasa lista a sus vientres de humo y ya listo el pastoreo de azul y de milagro, les arropa las aristas con siluetas de nube y las entrega al corral del vértigo como a una cajita que madura toda la eternidad en su sonrisa. Después vuelve —mi corazón, digo, cumplida su tarea de angelicar la noche— regresa a la cueva de mi pecho donde yo lo espero desnuda con toda la inmensidad a cuestas. Nora Nani |