Se decidió la muerte a escalar la enredadera del sueño a la sombra inerte de unos versos en silencio. Una dulce alimaña pacta con la fiebre, el dolor de los hilos en una agonía de auroras.
Un pálido jazmín como un río de llanto murmura mi desvarío de incendios. Deshabitados los ojos del temblor de la luz, un minúsculo planeta palpitaba, perdido, a la intemperie de todos los eclipses de su boca. Beatriz Hernanz |