Nadie estuvo en sus ropas, en su patria, en sus raíces. Un silencio de lobo avanzó y corcoveó por estas calles. El terror derribó puertas y espió por las mirillas. Una conmoción de muerte, de la puerta para afuera y de los ojos para adentro, nos exilió del otro y fuimos gente sola, de mirada huidiza, en los rincones como las hojas tristes que los vientos amontonan.
Que cada quien agarre sus pedazos y se una. Que cada quien agarre sus caídas y se pare. Que cada quien agarre sus noches y recuerde que el hombre sigue siendo necesario.
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