Marte avanza con pasos de trueno y Faluya se viste de negro. Ciudad de mezquitas llorosas que imploran justicia.
Dolor que se eleva entre ruinas mientras el dios de la guerra impone su acero. Faluya vomita sus muertos y el mundo llora con ella.
Todos somos de Faluya, aunque no tengamos mezquitas ni muertos que enterrar.
Se ahogó el juego de los niños, el gemido de los amantes y el cántico de la vida.
Teresa Galeote |