de su odio dejando tendido el amor a las
puertas de un campanario inmóvil
Nada saben Federico de la piel olorosa
de los olivares ni de los nardos que bordaste
a ras de los pozos
Nada saben de tu canto de jacintos y hierbas
desbordado sobre un tiempo de guerra
que no cesa
Nada saben del pálido lirio de cal de una mano
ni del llanto inmenso que cabe
en la vasija abierta de un violín
ni de la larga elegía que escribiste a
los días que no despertaron al trino de
tu silabario hecho de manzanas y laureles
Y Federico después de tanta muerte
de tanto metal rasgando la aurora
de tanto crimen cabalgando en el río
de tus ojos
aún la palabra sigue crispada en el interior
de una descarga aguardando los frutos del silencio