Un pájaro es un pájaro. ¿Y el hombre qué es?
¿Y qué es la alegría? Difícil definirla oyendo el adagio de Samuel Barber, porque sus notas conducen a los territorios de la melancolía. Pero ella nos da la clave y el signo: un pájaro ubica su casa en lo frondoso y profundo de un bosque. Desde allí su vida está regida por la ley de las estaciones, por la fuerza de la lluvia, por la estructura de las ramas, por la dimensión de sus nidos. Sabe y conoce su oficio de encantador del viento. Y lo cumple a cabalidad, sacando a relucir para ello toda la maestría de su ingeniería de vuelo y toda la eternidad que se acuna en su breve paso por la tierra. ¿Será por eso por lo que canta? En la línea sencilla de su existencia guarda la clave de todos los misterios y el mágico enjambre de la vida, que se potencia y fructifica en la resolución de todo aquello en lo que seguirá siendo pájaro, como quisiéramos nosotros, alguna vez, ser hombres. Y esa es la alegría: la del pájaro en lo frondoso y profundo del bosque, que es y sigue siendo pájaro. ¿Será que acaso el pájaro es más inteligente que el hombre?
Mery Sananes